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lunes, 7 de octubre de 2024

Artículo de Opinión: Despojando de santidad a una guerra barbárica- Lisandro Prieto Femenía

 


“La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste”

 

Milonga del Moro Judío- Jorge Drexler

 Recordemos por un instante que, desde la creación del Estado de Israel en el año 1948, se han sucedido guerras, intervenciones extranjeras y ciclos interminables de violencia que han dejado profundas heridas en las sociedades de la región y en sus seguidores, dispersados en todo el mundo. Concretamente, el conflicto entre el Estado de Israel y Palestina tiene sus raíces cuando el movimiento sionista comenzó a promover la precitada creación de un Estado Judío en territorio palestino, entonces parte del Imperio Otomano. Al finalizar la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio, Palestina quedó bajo el control de Gran Bretaña, y el mandato británico facilitó la inmigración judía, generando tensiones con la población árabe palestina que veía amenazada su tierra y su identidad. Pues bien, tras el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial, la presión internacional comandada por los Estados Unidos aumentó para crear dicho Estado, lo que culminó en la partición de Palestina propuesta por la ONU en el año 1947. Israel declaró su independencia en 1948, lo que provocó una guerra con los países árabes vecinos y el desplazamiento masivo de palestinos, conocido como la Nakba: desde entonces, el conflicto no se ha detenido en absoluto, provocando guerras, ocupaciones y ciclos de violencia que continúan hasta hoy, centrados en la disputa por el territorio y la soberanía.

Justamente por ello, la geopolítica juega un papel clave, ya que hablamos de la zona estratégica más importante del planeta, ya sea por sus recursos energéticos como por los intereses puntuales de potencias como los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, además de actores regionales como Irán y Arabia Saudita. Veamos brevemente, uno por uno, qué rol tienen estos jugadores: Estados Unidos ha sido históricamente el principal aliado de Israel, brindándole apoyo militar, económico y diplomático (Washington considera a Israel un aliado clave en la región por su estabilidad y posición frente a sus adversarios, por lo que ha intentado mediar-cuando le conviene- en procesos de paz, aunque su parcialidad dificulta los acuerdos). Rusia, por su parte, ha buscado mantener una influencia en Medio Oriente, apoyando a actores como Siria e Irán, con quienes comparte hasta la actualidad una relación estratégica, aunque también tiene relaciones diplomáticas con Israel, posicionándose como un contrapeso frente a la hegemonía estadounidense en la región y promoviendo una solución más equilibrada en favor de Palestina y otros estados árabes. La Unión Europea, también, desempeña un papel pretendidamente de mediador y defensor del diálogo, intentando apoyar propuestas como la creación de dos Estado, Israel y Palestina, viviendo en paz: si bien Europa condena los asentamientos istaelíes en territorios ocupados, su influencia política es limitada en comparación con la de Estados Unidos. Irán, uno de los principales opositores de Israel en la región, apoya a grupos como Hezbolá en Líbano y Hamás en Gaza, buscando debilitar a Israel y expandir su influencia en el mundo islámico, especialmente en oposición a los intereses norteamericanos y de sus aliados árabes. Por último, Arabia Saudita, tradicionalmente defensor de la causa palestina, ha comenzado en años recientes a acercarse a Israel, principalmente por la amenaza común regional que representa Irán y su potencial atómico: aunque todavía apoya formalmente la creación de un Estado palestino, los intereses de seguridad han impulsado una relación pragmática con Israel en contra de la expansión iraní.

Ahora bien, es necesario explicar que si bien el conflicto precedentemente detallado es preponderantemente territorial, tiene tras de sí un componente religioso que no se puede eludir en este intento de comprensión. Tengamos en cuenta que Jerusalén es un emblema simbólico poderosísimo para todos los implicados: para los judíos, puesto que es el suelo del Templo de Salomón, pero también para los cristianos, porque es la ciudad donde Jesús de Nazaret, el Cristo, fue crucificado y resucitó y, asimismo, para los musulmanes, es la tercera ciudad más sagrada después de La Meca y Medina. El componente espiritual añade ciertas dificultades a cualquier intento de resolución de las crisis previamente enunciadas, puesto que no se trata simplemente de un enfrentamiento entre naciones o etnias, sino de una disputa por lo que las tres religiones monoteístas más grandes del mundo consideran “tierra sagrada”.

Intentemos comprender lo dicho con las gafas de la filosofía. Empecemos con Maimónides (1138-1204), uno de los más grandes filósofos y teólogos judíos de la Edad Media. Su pensamiento combina la tradición religiosa judía con la filosofía aristotélica, ofreciendo valiosas reflexiones sobre la justicia, la paz y la convivencia, conceptos que son profundamente relevantes para el conflicto que estamos analizando. En su obra “Guía de los Perplejos”, Maimónides aborda el rol de la justicia como pilar esencial para el orden social y la convivencia pacífica, argumentando que la justicia no es solo un atributo humano, sino una emulación de las cualidades divinas.

 “El objetivo final de la Ley es doble: el bienestar del alma y el bienestar del cuerpo. Para el bienestar del cuerpo, es necesario que exista una sociedad en la que se establezcan normas justas y equitativas” (Maimónides, 1963, p. 53).

Desde esta perspectiva, la convivencia pacífica debe estar basada en leyes justas que promuevan el respeto mutuo y el bienestar colectivo, algo que puede aplicarse tanto a las relaciones intracomunitarias como a los conflictos entre naciones. Además, Maimónides promueve la idea de la “tzedekah” (justicia social), entendida como una responsabilidad individual y comunitaria, lo que implica que cada miembro de la sociedad tiene el deber moral de promover la paz y la justicia: en el contexto del conflicto israelí-palestino, esta noción podría inspirar un enfoque más equitativo y humanitario en la búsqueda de soluciones, donde tanto unos como otros se comprometan a respetar los derechos fundamentales del otro. No debemos olvidar que, para Maimónides, la paz no es solamente una meta, sino un proceso que requiere de justicia y responsabilidad por parte de todos los actores involucrados. Tampoco debemos olvidar cómo abordó el tema puntual de la guerra, distinguiendo entre “guerras obligatorias” y “guerras opcionales” en su “Mishné Torá”.  Según él, las guerras solo son justificables para defender al pueblo o para liberar territorios legítimamente reclamados, pero siempre deben ir acompañadas de intentos sinceros de paz: este principio refleja una ética que, aplicada al conflicto actual, sugiere que cualquier acción militar debería estar precedida por intentos genuinos de negociación y reconciliación. Evidentemente, Maimónides orece una visión filosófica y ética que insta a todas las partes a actuar cobn responsabilidad moral y a establecer un sistema de convivencia basado en leyes justas que promuevan el bienestar mutuo.

 "Incluso cuando se enfrenta a una guerra justa, primero debe ofrecerse la paz" (Maimónides, 1987, “Leyes de los Reyes”  6:1).

Desde la tradición islámica, es crucial que tengamos en cuenta los aportes de uno de los filósofos islámicos más influyentes de la Edad Media, a saber, Averroes (“Ibn Rushd”, 1126-1198), puesto que ofrece un punto de vista comparable a Maimónides en varios aspectos, especialmente en la relación entre justicia, convivencia pacífica y el uso de la razón como medio para comprender y aplicar los principios morales en una sociedad. Ambos pensadores, aunque pertenecientes a tradiciones religiosas distintas, compartían una profunda admiración por Aristóteles y su visión de la racionalidad como fundamento del orden ético y político.

Según Averroes, la justicia es un principio esencial que debe guiar las relaciones humanas y sociales, tal como lo expresa en su “Comentario a la Política de Aristóteles”, donde destaca que el objetivo de cualquier sistema político es lograr el bien común y la justicia. Esta concepción de la justicia se encuentra en sintonía con la de Maimónides sobre la importancia de las leyes justas y equitativas para la convivencia. Ambos coinciden en que una paz verdadera sólo puede lograrse cuando se garantizan los derechos y el bienestar de todos los miembros de la sociedad.

“El fin de la ley es que los hombres vivan juntos en una sociedad organizada donde se respete la equidad y la justicia” (Averroes, 1985, p. 143).

Averroes también defendía el uso de la razón para interpretar la ley divina (“sharīʿa”), lo que se conoce como “falsafa” (filosofía islámica). A través de la razón, sostuvo, los seres humanos pueden discernir lo que es justo y correcto, puesto que “la razón es un don divino que nos permite comprender las leyes naturales y divinas, y actuar conforme a ellas en la búsqueda del bien común” (Averroes, 1994, p. 87).

Claramente, este enfoque resuena con la visión de Maimónides, quien también argumentaba que la justicia es tanto un principio moral como racional, y que el uso de la razón es clave para una vida virtuosa y ordenada. En términos de convivencia entre diferentes comunidades religiosas y culturales, Averroes defendió la coexistencia pacífica basada en el respeto mutuo y la justica, particularmente en su obra “Tahafut al-Tahafut” (“La incoherencia de la incoherencia”), en la cual respondía a quienes criticaban el uso de la razón y la filosofía para interpretar la ley islámica, argumentando que la armonía entre las comunidades sólo puede lograrse cuando se fomenta la comprensión mutua y se respetan las diferencias,

 “El conflicto surge de la ignorancia, mientras que la razón y el conocimiento son los medios para superarla y construir una sociedad justa” (Averroes, 2001, p. 128).

El precitado llamado a la convivencia equilibrada, racional y pacífica es, particularmente relevante en el conflicto israelí-palestino que estamos analizando. Tanto Maimónides como Averroes sostienen que la paz solo puede lograrse mediante un sistema basado en la justicia y el respeto a la dignidad humana, coincidiendo en que la guerra y la violencia son respuestas extremas que deben evitarse mientras que el diálogo y la justicia son las verdaderas vías para resolver los conflictos.

Pero no sólo en cuestiones filosóficas concretas se puede vislumbrar el encuentro posible entre los polos de estos extremos que se encuentran en conflicto. La guerra entre Israel y Palestina, desde una perspectiva teológica, resulta profundamente incoherente si consideramos que las tres grandes religiones monoteístas involucradas- Islam, Judaísmo y Catolicismo- comparten una raíz común en la tradición  abrahámica, la cual, en su núcleo doctrinal, promueve profundamente la paz, el respeto a la vida y el rechazo a la violencia injustificada.

Tanto en el Corán, como en la Torá y en los Evangelios, se enfatiza con fulgor la importancia del perdón, la compasión y la reconciliación como principios divinos. El Corán señala que “Quien mata a una persona, es como si hubiera matado a toda la humanidad; y quien salva una vida, es como si hubiera salvado a toda la humanidad” (Corán, 5:32). Por su parte, el Judaísmo prohíbe la venganza en Levítico 19:18, al sostener "No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo". Asimismo, en el Cristianismo, Jesús enseñó en el Sermón de la Montaña  “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Los principios precedentemente compartidos indican que la violencia y el conflicto armado no son coherentes con los valores fundamentales que todas estas religiones defienden, motivo por el cual la prolongación innecesaria de esta guerra traiciona las enseñanzas centrales de estas riquísimas tradiciones que, en su esencia, abogan por la convivencia pacífica y la resolución de conflictos a través del diálogo y el respeto mutuo.


Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina


Comunicado Oficial Deportivo Saprissa: José Giacone nuevo DT

 


Lo que se conocía como un rumor finalmente se terminó convirtiendo en realidad.

El club morado mediante sus redes sociales hizo oficial la incorporación del técnico José Giacone como su nuevo Director Técnico.

"El Deportivo Saprissa se complace en anunciar la incorporación de José Giacone como nuevo director técnico del primer equipo, acompañado por su hermano y asistente técnico Diego Giacone, de cara al Torneo de Apertura 2024 y hasta diciembre del año 2025.

Además, al nuevo cuerpo técnico Morado será integrado por el uruguayo Víctor Abelenda, asistente, y Leandro Vilariño como preparador físico.

Con una amplia experiencia y un profundo conocimiento del ADN Morado, José Giacone regresa a Saprissa tras haber formado parte del equipo en varias funciones. También, fue asistente técnico entre 2009 y 2010 bajo la dirección de Roy Myers, y luego en 2015, bajo la dirección de Jeaustin Campos. Además, su trabajo en las Divisiones Menores fue clave para la formación de talentos jóvenes."

Artículo de Opinión: “Ser o tener: el dilema de vida codiciosa”- Lisandro Prieto Femenía

 


"Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio"
Nicolás Maquiavelo
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un vicio que corrompe tanto al individuo como a la sociedad en general, a saber, la codicia entendida como un deseo incontrolado de acumular bienes materiales o poder a toda costa, destruyendo así la capacidad de disfrutar todo aquello que sea esencial en la vida. Este impulso hacia el exceso innecesario ha sido objeto de crítica desde que el hombre pudo plasmar sus pensamientos en la tradición oral y escrita, porque generó desde su inicio la inquietud que representa una vida tan alejada de la virtud, hoy convertida en moda y por ende en modelo a seguir.
En una primera aproximación, podemos acudir a Platón, quien criticaba la codicia en su concepción particular de la justicia y el alma humana. En su diálogo denominado “La República” sostuvo que una vida justa es aquella en la que el alma está en equilibrio, donde la razón controla los deseos irracionales, evitando así los excesos como la codicia. Evidentemente, para Platón la codicia es una manifestación clara de una mente perturbada, desordenada y desequilibrada, incapaz de encontrar la verdadera felicidad, que reside siempre en la virtud y no en las posesiones materiales.
“El hombre codicioso no es dueño de sí mismo, sino que está esclavizado por sus deseos” (Platón, República, Libro IX).
Por su parte, Aristóteles también destacó a la codicia como un exceso que debe evitarse a toda costa. En su “Ética a Nicómaco” habla del “justo medio”, y cómo los vicios representan una falta de moderación que nos aleja de la virtud prudente. En este sentido, Aristóteles pone puntual interés en la virtud que representa tener control sobre nuestros deseos, puesto que la codicia impide la práctica de la generosidad y la justicia, dos de las virtudes fundamentales para una vida plena, buena y con sentido.
“La riqueza no consiste en tener grandes posesiones, sino en tener pocos deseos” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro IV)
Posteriormente, y ya en el corazón de la tradición filosófica cristiana, nos encontramos con la codicia elevada al nivel de “pecado capital”. En este punto, San Agustín la consideró como uno de los grandes obstáculos para tener una vida virtuosa, afirmando que el deseo desmedido por los bienes aleja al ser humano de Dios. Concretamente en su obra “La ciudad de Dios”, Agustín catalogó a la avaricia como una forma de idolatría, puesto que representa una forma de vida en la que se adora a las cosas más que a Dios mismo.
“La avaricia es un pecado que ciega al hombre, haciéndole valorar más lo temporal que lo eterno” (San Agustín, Ciudad de Dios, Libro XIV).
Asimismo Santo Tomás de Aquino, en su “Suma Teológica”, desarrolló aún más esta idea, al considerar que la codicia genera un desorden moral puesto que nos invita a buscar fines materiales en lugar de espirituales. Desde esta perspectiva, la codicia es evidentemente una perversión de la voluntad, ya que pone el deseo de posesión por encima del bien común.
“La codicia es un pecado contra la justicia, porque uno desea más de lo que le corresponde” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q.118, a.1).
Llegando al corazón de la modernidad nos encontramos con Thomas Hobbes, quien en su “Leviatán” conecta la codicia con el estado de naturaleza, donde cada individuo persigue su propio interés sin límites, lo que lleva a un estado de guerra de “todos contra todos”. En su visión, la codicia es inherente a la condición humana (recuerden, para Hobbes el hombre es malo por naturaleza, y se endereza a cachetazos con el Estado), pero debe ser contenida mediante el contrato social para evitar el caos.
“En el estado de naturaleza, el deseo insaciable de poder no cesa sino con la muerte” (Hobbes, Leviatán, Cap. XI).
Por otro lado, Jean-Jacques Rousseau aborda la codicia desde una perspectiva crítica hacia la sociedad, puesto que para él, el hombre en su estado natural es simple y moderado (“bueno” por naturaleza) pero es la sociedad la que corrompe estos instintos naturales, promoviendo la codicia y la competencia desmedida. Concretamente, en su “Discurso sobre el origen de la desigualdad” llegó a afirmar que “la codicia nace de la comparación, y la sociedad es su gran fuente”.
A la postre, ya en nuestra contemporaneidad, Max Weber señaló en su obra “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” que el ascetismo protestante contribuyó al surgimiento del capitalismo moderno, donde la acumulación de riqueza se transformó en un fin en sí mismo. Weber también nos advierte sobre la paradoja que representa una ética de trabajo que, aunque inicialmente basada en principios religiosos, derivó en una codicia totalmente institucionalizada:
“El espíritu del capitalismo demanda la adquisición continua, pero no permite el disfrute de la riqueza acumulada” (Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Capítulo II).
Por último, podemos acudir a un posmoderno por excelencia, a saber, Erich Fromm, quien en su libro “Tener o ser”, diferencia entre dos modos fundamentales de existir: el modo de “tener”, basado en la acumulación de bienes y la codicia, y el modo de “ser”, orientado hacia la plenitud interior. Fromm sostuvo que la codicia es, indudablemente, una forma de alienación que nos impide vivir de manera auténtica.
“La codicia es un pozo sin fondo que agota al hombre en un esfuerzo inútil por satisfacer necesidades que nunca serán satisfechas” (Fromm, Tener o ser, Capítulo 5).
Está claro que la codicia no solo se trata de un deseo irrefrenable de juntar cosas, sino que está íntimamente relacionada con la mezquindad, entendida como la incapacidad o renuencia a compartir lo que se posee, aún cuando no hay necesidad de “tener más”. Es indudable que la codicia genera mezquindad, puesto que crea un apego insano a los bienes materiales e incluso a la información y el saber mediante una actitud egoísta hacia los demás.
Pero retomemos por un instante a Aristóteles, quien en su Ética a Nicómaco identificó que los individuos codiciosos, además de querer más de lo necesario, tienden a ser mezquinos en su forma de vinculación con los demás: el mezquino es, para Aristóteles, aquel que no gasta ni comparte lo que tiene, incluso cuando tiene más que suficiente.
“La mezquindad es una forma extrema de codicia, en la que el individuo no sólo desea más, sino que también teme perder lo que ya tiene, impidiéndole a sí mismo y a los demás disfrutarlo”  (Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro IV).
Este vínculo entre codicia y mezquindad también se evidencia en la crítica de San Agustín a la avaricia: la mezquindad es el resultado del apego excesivo a los bienes, y para el santo de Hipona, este apego no solo le hace daño al individuo sino que destruye las bases de la solidaridad y la caridad en una comunidad.
“El codicioso es también mezquino, pues en su deseo de poseer más, es incapaz de ver las necesidades de los otros y de compartir lo que tiene” (San Agustín, Sermones sobre el Evangelio”).
Ahora bien, es necesario que nos preguntemos lo siguiente: si realmente es tan nociva la codicia, ¿por qué la practicamos tanto? O, mejor dicho, ¿por qué la humanidad ha decidido convertir la codicia en un valor supremo? Pues bien amigos, no es sencillo responder en pocas líneas, pero al menos tenemos dos indicios claros para responder: primero, la ética deshumanizante reinante que entrona a la nada como un valor en sí mismo y, en segundo y correlativo término, por el consumismo contemporáneo, que no ha hecho otra cosa que exacerbar esta tendencia al hacer del acto de comprar un objetivo en sí mismo para darle sentido a la existencia, tal como lo expuso Zygmunt Bauman en su análisis de la “modernidad líquida”. Según él, en la sociedad actual la satisfacción y el estatus ya no se obtienen a través del ser, sino del tener, y esto alimenta un ciclo perpetuo de insatisfacción y deseo: en ese contexto, queridos míos, la codicia no sólo es aceptada, sino promovida como un medio para alcanzar una patética realización personal que nos venden como “imagen de éxito”.
“El deseo incesante de acumular y consumir más no es un fallo del sistema, sino su condición necesaria. El individuo moderno es valorado por su capacidad de consumir, no por su virtud” (Bauman, Modernidad líquida, 2000, p.75).
Acompañando a la precedente lectura, es preciso también señalar que el capitalismo salvaje no sólo justifica la codicia, sino que la presenta como la forma suprema de “contribuir” a una retorcida idea de bien común. En este sentido, Slavoj Žižek realizó una crítica puntual a cómo el capitalismo tardío ha logrado transformar la codicia en una especie de “responsabilidad social” a través de la figura del empresario exitoso, quien se percibe como un héroe que beneficia a la sociedad mediante la búsqueda incansable de ganancias que en teoría chorrean prosperidad.
“El resultado es una ética inversa, donde la codicia ya no es condenada, sino celebrada como un imperativo moral” (Žižek, Primero como tragedia, después como farsa, 2009, p. 34).
No es en absoluto casual que se haya naturalizado tanto la mezquindad propia de la ética codiciosa. Recordemos la obra de Guy Debord titulada “La sociedad del espectáculo”, en la cual se observa cómo los medios de comunicación y la publicidad contribuyen a la exaltación de la codicia, creando un mundo donde el valor del individuo se mide por su capacidad de consumir y de poseer: esta acumulación se presenta como el objetivo último de la vida, desplazando cualquier consideración ética o moral:
“En la sociedad del espectáculo, la codicia es el motor que perpetúa el sistema, disfrazada de necesidad y revestida de prestigio. Quien tiene más, no sólo vale más, sino que es más” (Debord, La sociedad del espectáculo, 1967, p.19).
A la luz del breve repaso que hemos realizado, queridos lectores, podemos notar que la codicia ha sido, desde la antigüedad, uno de los vicios más criticados por los filósofos, debido a su tremenda capacidad para deshumanizar y destruir toda forma de vida virtuosa. Hay que decirlo sin tapujos: la codicia ha sido sistemáticamente legitimada a través de estructuras económicas, políticas, éticas, culturales y mediáticas que promueven este estilo de vida miserable y mezquina. En lugar de ser condenada como lo que es, a saber, un vicio moral destructivo, es vista como una herramienta necesaria para una vida exitosa y próspera. El peligro de esta exaltación es que invisibiliza los impactos negativos de la codicia sobre el bienestar colectivo y perpetúa un modelo social que valoriza el tener sobre el ser. Así nos va…

Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina


viernes, 4 de octubre de 2024

Artículo de Opinión: La revolución del amor vs la cobardía reaccionaria- Lisandro Prieto Femenía

 


No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe

Platón

Todos sabemos que en su esencia, la cobardía implica un miedo paralizante que impide abrirse a lo incierto, o a todo aquello que pueda provocar algún tipo de riesgo o incomodidad. Pues bien amigos, el amor o la posibilidad de amar se trata justamente de otorgar a otro el poder de destrozarnos y que no ejerza dicho poder. Esta reflexión sobre la cobardía pretende que ahondemos en su trasfondo existencial, como también  intentar revelar un atisbo esencial sobre nuestra naturaleza humana y nuestra inclinación a huir de aquello que nos podría exponer al dolor o a la vulnerabilidad. Hay que decirlo, asumirlo y encararlo: amar, como acto radical de apertura hacia otro, implica necesariamente un riesgo, por lo cual la cobardía frente al amor representa una vida que se cierra sobre sí misma, limitando tanto la existencia finita individual como todas las posibilidades de relacionarnos plenamente con el mundo en el que existimos.

En este sentido, el gran Aristóteles consideró que la cobardía es una forma de exceso en la tarea de evitar el peligro. Concretamente, en su “Ética a Nicómaco”, afirmó que se trata de un exceso de miedo acompañado de una carencia proporcional de valentía. Para él, el miedo, cuando es desproporcionado, impide que actuemos de manera virtuosa: aplicado al contexto del amor, la cobardía emerge cuando el individuo, por temor al rechazo, al sufrimiento o la pérdida, elige no exponerse, negándose así a la posibilidad de un vínculo profundo. Vista de esta forma, la cobardía no es simplemente la falta de coraje en situaciones físicas peligrosas, sino también en los aspectos más íntimos de la vida humana, como lo son las relaciones amorosas. En este marco, la persona cobarde prefiere la seguridad que le proporciona el aislamiento, es decir, lo conocido, por sobre la incertidumbre y la posibilidad de dolor que el amor siempre implica.

Por su parte, en su “Suma Teológica”, Santo Tomás de Aquino desarrolló una concepción más compleja de la “acedia”, o también conocida como “pereza espiritual”, que puede entenderse como una manifestación clara de cobardía moral. Esta pereza implica el rechazo del bien divino como también de las obligaciones propias del amor, convirtiéndose inexorablemente en una tristeza que se expresa como resistencia interna ante el esfuerzo que supone buscar un bien más elevado, es decir, amar a Dios y a nuestro prójimo. Evidentemente, esta angustia nace del miedo al sacrificio, a la entrega desinteresada, que son fundamentales en la búsqueda de una relación amorosa auténtica. Para Tomás de Aquino, el amor exige salir de uno mismo, lo cual implica necesariamente renunciar al egoísmo y enfrentarse a la posibilidad de quedar en desventaja al dar sin esperar retorno. La cobardía, en este sentido, se manifiesta en la incapacidad de asumir esa renuncia, prefiriendo la comodidad de una vida segura pero vacía de sentido trascendental. Siguiendo el hilo lógico, no amar, entonces, es una forma de destrucción del alma, un retiro ante la llamada de Dios y de los demás hacia un bien supremo, lo que convierte a la cobardía en un pecado contra la caridad y el propósito divino del ser humano en este mundo. En fin, Santo Tomás sostuvo en líneas generales que la fortaleza, opuesta diametralmente a la cobardía, es necesaria para poder soportar los sufrimientos propios del amor, ya que quien rehúsa amar por temor a sufrir, termina por rechazar el verdadero bien de su existencia, sumiéndose en la tristeza de una vida que al final, se muestra incompleta.

Y si hablamos de corazones rotos, no podemos olvidar a Nietzsche, quien en su crítica a la negación de la vida, subraya la importancia de abrazar tanto el placer como el dolor como aspectos inextricables de nuestra existencia. En “Así habló Zaratustra”, Nietzsche sentencia que el verdadero amor nunca es cobarde, porque acepta que la vida incluye muchísimo dolor, sufrimiento y finitud. En cambio, la cobardía se manifiesta en la renuencia a esa aceptación, evitando cualquier tipo de compromiso emocional profundo que pueda llevar a la confrontación con esas realidades “incómodas”.

 “¿Es el amor tan compasivo como el odio para vivir y morir juntos? Sin embargo, el amor que quiere vida y la vida misma deben, en último término, abrazar el sufrimiento” (Nietzsche, 2007, p. 192).

También Søren Kierkegaard, en su “Temor y temblor” exploró la idea del amor como una manifestación de la fe, lo que implica un salto hacia lo desconocido, hacia lo incalculable: como tirarse a una pileta sin saber si está llena o vacía, y si está llena, no sabemos de qué. El ejemplo bíblico de Abraham, quien está dispuesto a sacrificar a su propio hijo Isaac por obediencia a Dios es una imagen poderosísima que usa Kierkegaard al llamarlo “el caballero de la fe”, una figura de entrega plena, confiando en que, a pesar de lo absurdo, lo perdido será restaurado. Para nuestro filósofo danés, el amor auténtico, al igual que la fe, requiere de esta disposición a exponerse al dolor, al fracaso y a la pérdida, por lo que sería absurdo considerarlo un acto racional o calculado, sino más bien un compromiso radical con lo incierto. En este juego, la cobardía es el rechazo a realizar ese “salto de fe” en el amor, porque el temeroso se retrae al temer la angustia inherente al amor, es decir, ese vértigo de exponerse totalmente al otro, sin garantías. Está claro que el amor, en sentido kierkegaardiano, no es solamente un sentimiento cursi, sino una decisión continua de comprometerse a pesar de los miles de palos que le pongan a la rueda en el camino, porque amar implica necesariamente vivir en el filo de la angustia, aceptando la posibilidad de sufrimiento, rechazo e incluso del abandono. Sí amigos, es una apuesta fuerte.

Saliendo un poco del ámbito estrictamente filosófico, Marcel Proust en su obra “En busca del tiempo perdido”, nos proporcionará un enfoque donde el amor es visto como una fuerza ambivalente que, si bien puede generar profunda felicidad, también tiene el potencial de causar un dolor irremediable. Proust describe a personajes que, por miedo al sufrimiento, se retraen de amar plenamente, cayendo en una vida de superficialidad y autoengaño patético. Este miedo de abrirse al otro nos refleja una cobardía existencial, una carencia que nos limita al momento de confrontar la vida en toda su complejidad.

Giorgio Bassani también abordó de manera sutil el temor a no ser correspondido en varias de sus novelas, pero lo hizo particularmente en su famosa obra titulada “El jardín de los Finzi-Contini” (1962). Aunque esta novela está ambientada en el contexto histórico de la persecución de los judíos italianos durante la Segunda Guerra Mundial, también nos ofrece una reflexión profunda sobre el amor no correspondido y el miedo a abrirse emocionalmente. El protagonista de la novela se enamora de Micòl Finzi-Contini, una muchacha de una familia aristocrática judía: a lo largo del relato, nuestro protagonista vacila entre su deseo de acercarse a ella y su temor al rechazo. Este mido, que se mezcla con la incertidumbre y las barreras sociales, lo paraliza completamente y le impide expresar sus sentimientos con claridad. A su vez, Micòl, parece inalcanzable, siempre manteniendo distancia emocional, lo que refleja la fragilidad y vulnerabilidad de las relaciones humanas en un contexto de incertidumbre y peligro. Bassani nos presenta un tipo de cobardía que no se limita al ámbito de “lo romántico”, sino que aplica a cualquier posibilidad de relación interpersonal en la que el miedo a no ser correspondido impide a los cobardes arriesgarse a amar. En la novela precitada, la cobardía de amar está conectada con la incapacidad de asumir los riesgos emocionales en un mundo donde todo, incluida la propia vida, parece cada vez más precario.

Es preciso que en esta reflexión nos detengamos en otra forma de amor, la cual considero la más pura y profunda, pero que también requiere de un gran coraje, a saber, el vínculo de los padres con sus hijos. Amar a un hijo implica exponerse a la incertidumbre del futuro, a los inevitables momentos conflictivos, decepción y preocupación que nos acompañan desde que son concebidos hasta el último de nuestros días. Se trata de un amor que, como señaló previamente Kierkegaard, demanda mucha fe: sí, fe en que, a pesar de los errores, las distancias emocionales o incluso las rupturas, el vínculo perdurará. La cobardía en este contexto se podría manifestar en la tendencia (tan de moda) de no involucrarse auténtica y plenamente con los hijos, o temer el fracaso como padres, a evitar la confrontación con los problemas que surgen en el crecimiento de nuestros hijos, o incluso al intentar controlar (a veces excesivamente) la vida de ellos por miedo a que salga herido. Contrariamente, el coraje consiste en aceptar que no se puede proteger a un hijo de todas las dificultades o sufrimientos, pero que, aún así, se debe estar presente apoyándolo y amándolo sin condiciones: implica el riesgo de amar sin garantías de que el hijo siempre corresponda de la manera esperada, o de que tomará las decisiones de vida diferentes a las deseadas por nosotros, los padres. Amar a nuestros hijos es, en definitiva, un acto total de valentía, porque nos exige aceptar que su vida tomará caminos impredecibles, y aún así, será necesario acompañarlos en su desarrollo, enfrentando los desafíos y las alegrías que ello conlleve. Cobardes seremos, entonces, los padres que nos retiremos emocionalmente, temerosos de lo que ese amor incondicional pueda demandar, ya sea el dolor de verlos sufrir, equivocarse o incluso alejarse.

La cobardía de una vida encerrada en sí misma es, en última instancia, una negación de la existencia plena. Si vemos al amor como una fuerza que involucra placer y felicidad, pero también riesgo, entrega, sufrimiento y dolor, entenderemos que amar es sólo para valientes. Pero la reflexión no termina ahí, puesto que la filosofía no responde todo, sino que habilita espacios para que nos preguntemos, en este caso ¿y qué sucede con aquellos que no temen al rechazo, sino a la aceptación plena? Evidentemente tenemos este problema dando vueltas en un mundo que permanentemente nos quiere convencer que la construcción de vínculos sólidos, duraderos que demandan un esfuerzo cotidiano de paciencia, respeto, comprensión y diálogo representa una pérdida total de tiempo. ¿O acaso no habéis notado que se muestra como protagonista empoderado a aquel que decide no amar ni ser amado? Pues bien amigos, por más “cool” que te lo presenten, es, a la luz de la reflexión ofrecida precedentemente, una bajada de línea tristísima que apunta a vernos solos, acojonados y divididos. Bajo esta convicción, caros míos, les indico fuertemente que se animen a amar, no sólo como un aspecto crucial que le da sentido a su vida, sino también como un sublime acto de resistencia contra la agenda imperante de aniquilación de lo propiamente humano.


Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina


Artículo de Opinión : “Refrescando la posibilidad del pesimismo”- Lisandro Prieto Femenía

 



“Sí, soy pesimista, pero yo no tengo la culpa de que la realidad sea la que es”
José Saramago
Hoy queremos invitarlos a reflexionar sobre un asunto filosófico que tiene mala prensa por no ser comprendido cabalmente, a saber, el pesimismo como actitud ante la vida de quienes ven en el sufrimiento, la desilusión y la fatalidad elementos esenciales para entender nuestra existencia. En contraste con el optimismo iluso que impera en las visiones preponderantemente vacías del coaching y la autoayuda postmoderna, que pretenden fijarlo anclado a la idea de progreso, consumo y éxito, el pesimismo emerge como una forma crítica de resistencia. Nuestra intención aquí y ahora es convencerlo, querido lector, de que el pesimismo no es necesariamente una actitud derrotista, sino que puede transformarse en una herramienta necesaria para enfrentar la cruda realidad sin caer en el autoengaño propio de las doctrinas justificadoras del fracaso.
El pesimismo es, por definición, la propensión a ver o juzgar las cosas en su aspecto más desfavorable y, como corriente filosófica, nos acompaña desde los antiguos filósofos griegos hasta nuestros días. Puntualmente, hoy partiremos este viaje con un exponente en el siglo 300 a.C llamado Hegesias de Cirene, un filósofo griego que perteneció a la escuela cirenaica, apodado “Pesisthanatos”, o como decimos en el barrio “el predicador de la muerte”. Hegesias sostenía que la búsqueda del placer, ideal central del hedonismo, era inalcanzable debido a la naturaleza intrínsecamente dolorosa de la vida, llegando a una conclusión bastante radical: la muerte es preferible a la vida, ya que nos libra de todo sufrimiento. En su obra, ahora perdida, titulada “Sobre la muerte”, nuestro pesimista antiguo argumentaba que el objetivo último de la vida no debería ser la búsqueda del placer, sino la indiferencia ante el sufrimiento como actitud para despojarnos de cualquier optimismo ingenuo, reconociendo que los placeres son breves, mientras que los pesares suelen ser prolongados y constantes. Pero no teman, amigos míos, que la idea no es deprimir a nadie sino más bien intentar despertar del sueño profundo del clonazepam simbólico del “¡Sé feliz, hazlo! ¡Tú puedes, si quieres!”.
Como no puede ser de otra manera, tenemos que mencionar al emperador del pesimismo moderno, a saber, Arthur Schopenhauer, uno de los grandes defensores de esta actitud puesto que consideraba que la vida está marcada por el sufrimiento debido a la insaciable voluntad que domina a los seres humanos. Concretamente, en su obra “El mundo como voluntad y representación”, nos deja bien claro que la voluntad es la fuerza ciega que impulsa la existencia, condenando al ser humano a un ciclo interminable de deseo y frustración.
La perspectiva de Schopenhauer nos invita a reconocer la existencia como algo esencialmente doloroso y decepcionante, pero no como una excusa para la desesperación total, sino más bien como una manera de abordar la vida con una actitud más realista. Esta postura pesimista rechaza la idea de un progreso continuo en pos de la felicidad total, nociones populares en muchas corrientes de nuestro tiempo que pregonan una concepción totalmente ingenua que ilustra a un ser humano que se encuentra siempre en control de su destino (mentira grande como una casa).
Bien sabemos que el optimismo vaciado de contenido, alimentado por la creencia en el avance de la técnica, el progreso económico y las recetas de autoayuda individual que exceptúan siempre el contexto del sujeto, han fomentado la idea de que absolutamente todo es perfectible y que la felicidad es una meta accesible para todos por igual. Está claro que este paradigma ignora los aspectos fundamentales de la vida humana, como la finitud, el sufrimiento y la contingencia. En este sentido, recordemos brevemente al filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, quien ha criticado el culto hueco a la positividad en su obra “La sociedad del cansancio”, al señalarnos que vivimos en una época que rechaza el sufrimiento y la negatividad, imponiendo una obligación imposible de cumplir: ser exitosos y optimista en todo momento, cueste lo que cueste. En este contexto específico, el pesimismo de Schopenhauer es un llamado a resistir esta tendencia que nos invita a existir de manera superficial y con un permanente estado de autoengaño.
Otra perspectiva interesante, dentro del pesimismo filosófico, nos la provee Miguel de Unamuno, quien en su obra “Del sentimiento trágico de la vida” nos ofrece una perspectiva particular: la vida es una constante lucha entre la razón y el sentimiento, entre el anhelo de inmortalidad y la certeza de la muerte. Visto así, su pesimismo no se limita al sufrimiento material, sino que abarca el conflicto existencial que nos define como seres humanos bajo la premisa de que vivir es constantemente renacer, pero renacer para seguir muriendo.
Evidentemente, Unamuno se distancia de un pesimismo nihilista al afirmar que el valor reside en el enfrentamiento con esta realidad trágica: el reconocimiento de la finitud no nos debe llevar a la locura o a la negación de la vida, sino a una afirmación más auténtica de nuestra existencia. En otras palabras, en lugar de aceptar la idea moderna de que todo  problema tiene una solución, Unamuno nos enseña a vivir con las preguntas sin respuestas, con la angustia y  con la incertidumbre, puesto que quien cree saberselas todas, ni siquiera sabe que existe (ni mucho menos para qué).
Ya en el corazón del siglo XX nos encontramos con el filósofo noruego Peter Wessel Zapffe, quien en su ensayo “El último mesías” plantea que los seres humanos están condenados a una existencia absurda y trágica debido a su capacidad de conciencia. Para él, la conciencia es, lea bien, un “defecto evolutivo” que nos condena a una vida de sufrimiento porque somos capaces de reconocer nuestra propia finitud y la inutilidad de todos nuestros esfuerzos. Ácido como jugo de limón, Zapffe sostiene que los seres humanos emplean cuatro mecanismos de defensa para sobrellevar este dolor: aislamiento, anclaje, distracción y sublimación. Cada uno de estos mecanismos tiene como propósito evitar que la gente se enfrente con la dura verdad de una vida que probablemente no tiene sentido. En otras palabras aún menos amigables, el noruego considera que el ser humano es una paradoja biológica, condenado a ser “demasiado consciente” de su propio destino. Claramente, coincide con Schopenhauer al considerar que el sufrimiento es inherente a la vida, pero su crítica va un paso más allá: la vida no es simplemente dolorosa, sino también absurda. Esta postura extremista del pesimismo no se conforma con renunciar a la voluntad como posible solución al dolor, sino que pisa el acelerador a fondo y llega a sostener que la única forma de superar el absurdo de la existencia sería la extinción de la humanidad. Vaya patán.
Llegados a este punto, es necesario que nos preguntemos lo siguiente, ¿es necesario, aún hoy, el pesimismo filosófico? Pues bien, todos sabemos que vivimos en un mundo que valora la inmediatez, la gratificación instantánea y la positividad hueca como norma y justamente por eso el pesimismo hoy también juega un rol fundamental, puesto que nos ayuda a recordar que la vida es, en última instancia, una combinación de alegrías y penas, y que el sufrimiento es algo inherente a nuestra condición humana. Es cierto, estamos abrazados y bombardeados por un pensamiento banal, cotidiano y mediatizado que nos quiere convencer de la idea de posibilidad de eliminación absoluta de toda negatividad y es por ello que nos encontramos fuertemente desarmados frente a la inevitabilidad del dolor, la enfermedad y la muerte. La crítica pesimista nos ofrece una perspectiva más profunda y honesta sobre la vida, invitándonos a aceptar que no todo puede ser controlado ni mejorado todo el tiempo y en todo lugar.
En fin, el recorrido precedente por las ideas del pesimismo a lo largo de nuestra historia (y tuve que dejar a varios afuera) nos dan un panorama amplio que excede la simple intención de leerlo como una aceptación del sufrimiento. No, es más que eso, se trata de una invitación a la reflexión crítica sobre nuestras condiciones concretas de existencia. Aunque algunos de los precitados autores llevaron el pesimismo a sus últimas consecuencias, proponiendo soluciones radicales como la renuncia a la vida o el anti-natalismo, no estamos obligados a seguir esos pasos hacia un fatalismo resentido contra la vida, todo lo contrario. El pesimismo puede ser entendido no como un fin en sí mismo, sino como una instancia crítica necesaria frente a la ilusión de felicidad constante y progreso ilimitado que dominan la postmodernidad. La actitud que proponemos aquí, que podríamos llamar “pesimismo analógico” no rechaza la vida ni sucumbe al optimismo vacío: en lugar de buscar la negación de la existencia, nos permite adoptar una visión más realista y balanceada, en la que reconocemos el sufrimiento, pero sin dejar de valorar la posibilidad de darle sentido a la experiencia humana en este mundo.
La actitud pesimista, en su mejor versión, nos impulsa a una reflexión más profunda sobre nuestras expectativas y a cuestionar todo aquello que se nos impone como “recomendable” por ser “eficiente” en la cultura contemporánea, puesto que nos advierte sobre los peligros de la ingenuidad y nos llama a ser conscientes de los límites inherentes a la vida. Queda claro, entonces, que esta postura crítica no implica necesariamente el rechazo de la vida o de la esperanza, sino que más bien postula la posibilidad de una esperanza más humilde y sobria, que sepa convivir con la crudeza propia de una realidad que siempre se nos escapa aunque ideamos estrategias banales para dictarle nuestras reglas. Se trata, en definitiva, de una propuesta que invita a una reflexión crítica, atenta, pero no desesperada; una aceptación del dolor sin caer en la resignación, y una esperanza que no ignore la complejidad de la existencia, pero tampoco la abandone: este deseado equilibrio nos abre la puerta a una vida más consciente y auténtica, lejos tanto del fatalismo como de la ingenuidad, en pos de existir de manera más plena, es decir, con sentido a pesar de todo.


Lisandro Prieto Femenía
Docente. Escritor. Filósofo
San Juan - Argentina


miércoles, 2 de octubre de 2024

Un limonense al frente del Black Star

 




Este primero de octubre fue anunciado oficialmente por parte de la administración del equipo de fútbol Limón Black Star que el exjugador Kevin Cunningham Brown será el nuevo entrenador del equipo .

“Estoy contento de estar aquí, en mi provincia, dispuesto a dar lo mejor en estos partidos y darle alegría a esta afición”, expresó Cunningham.

A sus 39 años jugó profesionalmente con Limón FC, Pérez Zeledón, San Carlos, Uruguay de Coronado, Brujas, Puntarenas, Liberia, Escazuceña y San José FC.

Fue campeón nacional con San Carlos y logró ascensos a la primera división con Uruguay de Coronado y con la Asociación Deportiva Limonense en el 2009.

“A la afición limonense les ofrezco dar lo mejor de mi, trabajar y trabajar, y en cada partido verán un equipo que va a luchar siempre, no dará la pelota por perdido. Y mientras los números lo permitan lucharemos por clasificar”, señaló Cunningham. 

Fuente: Limón Black Star

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Buenas Noticias - Rehabilitación y Reinserción de Personas en condición de calle

 



La Asociación sin fines de lucro de Cartago No Hago Ni Mates, destaca y extiende sus felicitaciones a los señores Marco A y Juan D, ambos hermanos que estuvieron en condición de calle pero que decidieron resolver y salir de su difícil situación de la mano de Dios y la casa anaranjada mediante su equipo de voluntariado. 

De acuerdo al comunicado de la asociación tanto Marco como Juan le dieron un sí a Dios y a la vida, y actualmente se están en un proceso de reinserción social y laboral. 

En el caso del señor Marco A; el aceptó en su momento el ofrecimiento de rehabilitación y hoy en día ya finalizó el proceso y trabaja como subdirector de un dentro de rehabilitación.

Respecto al señor Juan D; también acepto iniciar su proceso de rehabilitación , en la actualidad ya finalizó su primer etapa y está integrado al equipo de trabajo en un comercio cartaginés que le abrió las puertas.

Estos son dos ejemplos de que la ayuda recibida e invertida en la atención de las personas en esta condición son aprovechadas integralmente.

Si usted desea colaborar con el equipo de Casa Anaranjada en No Hago Ni Mates, puede comunicarse a los teléfonos 2591-5757 o bien al correo nohagonimates@gmail.com.

martes, 1 de octubre de 2024

Irán ataca Israel// Netanyahu: " Irán cometió un grave error y pagará"


Proyectiles lanzados por Irán son interceptados por Israel el martes sobre Jerusalén. (Crédito: Menahem Kahana/AFP/Getty Images)

Este martes el mundo despertó con la conmociona dora noticia de que Irán lanzó aproximadamente 200 misiles contra Israel.

Según fuentes como CNN destacaron en su portada :  Las sirenas sonaron en todo el país mientras los equipos de CNN en el terreno vieron docenas de misiles sobre las ciudades de Tel Aviv, Jerusalén y Haifa. 

El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán dijo que el ataque se enfocó en objetivos militares y de seguridad israelíes y fue en respuesta a la muerte del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, y otros.

El lunes las FDI dijeron haber iniciado “ una operación terrestre limitada” en el sur del Líbano contra Hezbollah. No habrá “una ocupación a largo plazo” del Líbano, dijeron funcionarios israelíes, pero se negaron a proporcionar un cronograma.

El primer ministro israelí  Benjamín Netanyahu manifesto que " Irán cometói un gran error y pagará ".

La escalada de violencia en medio oriente se ha incrementado encendiendo las alarmas al momento en que la guerra  entre Israel y Gaza ( Palestina) se mantiene. Varios países han levantado la voz y solicitan se disminuyan las ofensivas entre los países en conflicto.


La ex primera dama Claudia Dobles es la única precandidata inscrita por el PAC

  Así lo dio a conocer el Partido Acción Ciudadana de manera oficial mediante publicación del su Tribunal Electoral Interno.